lunes, 9 de agosto de 2010

Better Git it in your Soul

Hoy, por un instante, tuve la fugaz impresión de ser una especie de asesina serial o algo así como una psicópata (preferiría sin p, pero... los higos!) recién escapada del manicomio. Resulta que dediqué cerca de dos horas de mi tarde a perseguir paso a paso a un pobre anciano que perdía su tiempo en el Banco República, al igual que yo.
Mi reloj marcaba la una cuando decidí adentrarme al inmenso mastodonte que se ubica frente a la plaza de los bomberos, dichosa plaza en la que destiné infinitas noches primaverales de mi adolescencia a tomar un vino con la gente de por ahí. Desorbitada ante el sin número de mostradores en los que personas charlaban unos instantes e intercambiaban cosas, decidí consultar cual era el que me correspondía al único mostrador, pequeño y de un plástico blanco, que tenía un hombrecito con cara de bodrio detrás.
Luego de ciertas indicaciones, bajé las escaleras mecánicas de un periquete y procedí a situarme en el exacto lugar que se me señaló. Inmediatamente me posicioné allí, una cara absorta se giro sobre sus talones dejando al descubierto unos mechones canosos y un par de ojeras negruzcas y remarcadas que acechaban con fervor su ubicación. Amenazantes muchachas me dejaron hipnotizada y obligada a un proseguir robotizado.
El reloj se hacía sentir honrosamente y marcaba su presencia en cada una de las paredes. Miré a los lados y, además de ese extraño anciano y un par de hombres con cara de hartazgo, no se vislumbraba más que un vacío resonante. Eterna espera tras este hombre hasta que en un momento, agotado ya de tanta quietud, dio su primer paso. Casi que movida por una ostentosa fuerza externa movilicé el mismo pie hacia adelante por una distancia cuasi-similar y me mantuve firme en mi nueva posición. Esbocé una sonrisa de oreja a oreja y miré a mi alrededor, el orgullo que mi nueva situación me generaba se vio atentado por la inamovilidad de la escena y las mismas ojeras negras y manchadas que amenazaron mi instantáneo estado de felicidad. Bajé la cabeza y me mantuve constante en esa espera.
Perfecto fue el momento en que el anciano ensimismado en su papel a intercambiar, me cedió el espacio para vislumbrar cada una de sus características que memorice inmediatamente ante el infinito miedo a no encontrarme ante situación tan privilegiada en otro momento. Pantalones de pana marrón claro, casi beige, colgaban de su ombligo hasta poca más arriba de sus tobillos, dejando entrever unas ridículas medias con globitos rojos y fondo verde. Zapatos gastados y cordones desatados. Un pulover bordó se escondía debajo de sus pantalones asomando no más que su cuello acogotado por la camisa celeste. Un gorro negro con solapas en las orejas me dejó descubrir uno de los inventos más perfectos del siglo XXI. Absorta ante un ritmo cumbiero que provenía de sus orejas me dediqué a estudiar con detalle la procedencia del mismo. Subiendo por el cable negro que aparecía al lado de su brazo me topé con un auricular que flotaba, quien sabe como, a un lado de su oreja sin apenas tocarla. Incrédula procedí a realizar el mismo movimiento: subí por el cablecito negro que asomaba a un lado de su brazo hasta que puff me topé con ese auricular flotante nuevamente. Mi duda e intriga surgieron casi que simultaneamente y puedo confesar que los minutos se hacían segundos y las horas minutos en mi incesante cuestionamiento sobre tal fenómeno. Desafiaba las leyes más precisas de la física y hasta revolucionaba las teorías más complejas de la cuántica y la relatividad. Sin espacio a más duda comencé a dar por hecho que este individuo, procedente de un lugar desconocido de la tierra, estaba siendo partícipe de la revolución física más sorprendente del siglo XXI. Este individuo desafiaba la gravedad y el pensamiento inductivo, descontrolaba los modelos más precisos que lo explicaban todo... bueno, todo menos eso.
Intolerante ya ante tanta duda decidí proceder sigilosamente a realizar un giro alrededor del individuo que me permitiera dar razón a tan extraño suceso. Pero antes asomé la mirada hacia atrás y pegué un salto al encontrarme una serie de más de una decena de individuos que ahora me escoltaban. Amenazante lancé una mirada acechadora que territorializaba mi ubicación del momento. Arrepentida ante la posibilidad de perder mi sitio por intentar dar lugar a la teoría física más controvertida de la historia, me propuse seguir avanzando (el individuo ya había dado varios pasos antes que yo diera cuenta de ello)
Poco a poco los minutos pasaban, cada vez me encontraba más y más cerca del mostrador que parecía ser mi destino, pero mi duda no dejaba de acrecentar con los segundos y el hombre tenía demasiada poca apariencia de querer explicarme tal suceso.
Con la mirada colgada en la horrible y grande oreja, en la que si parecía actuar la fuerza gravitatoria, deje mover mi cuerpo total y únicamente por la inercia, había perdido mi objetivo en la fila, ya no sabía que hacía allí, solo seguía esa oreja colgante con la impaciente necesidad de dar respuesta a mi mente imaginativa y curiosa. Desconozco mi postura de momento, pero puedo imaginarme con las rodillas flexionadas, ubicada bajo la misteriosa oreja, y la cabeza echada hacia atrás dándome el perfecto, y necesario, campo visual. Ya sentía como me carcomía la culpa por la escasez de tiempo con el que contaba y mi completa imposibilidad de descubrir la causa del asunto.
Él era el siguiente en el mostrador.
Él, y luego yo. Y yo aún no daba cuenta de nada.
Pronto, como si dios me iluminase por unos instantes para poder saciar mis ansias de conocimiento, el hombre retiró su gorro lentamente y asomó su mano que rascó con fervor su cabeza en plan de calvicie total. Fue en ese momento cuando sentí que toda mi vida se iba por el inodoro y que ya nada tenía sentido.
El hombre, el maldito anciano, tenía su auricular atado a un cablecito plástico transparente y éste a su oreja de forma de dejar el perfecto espacio entre el auricular y su oreja.
Pues entonces llegamos al comienzo de mi historia, ese sentimiento soez me recorrió hasta el alma. Dediqué dos horas de mi vida a perseguir a un viejo.
Y... al menos me generé la posibilidad de cobrar ese cheque.

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